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sábado, 19 de diciembre de 2015

El Parlamento Comunal Nacional de la República Bolivariana de Venezuela.


 El Parlamento Comunal Nacional será un espacio donde diputados y diputadas representarán a los Parlamentos Comunales y Asambleas de Ciudadanos y Ciudadanas de cada Consejo Comunal, legislarán y debatirán a favor de sus territorios.

 Harán controlaría social a instancias del gobierno, y defenderán los derechos adquiridos frente a lo que han calificado como un “parlamento burgués” que amenaza con derogar leyes en detrimento de la calidad de vida de las mayorías, como la Ley Orgánica de los Trabajadores y Trabajadoras.

El parlamento también llamado Asamblea Popular Nacional está sustentado en la Ley Orgánica de Comunas la cual según Cabello, no es reconocida por la oposición , así como por los Artículos 5, 70, 187, y 204 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela.

Según cifras oficiales, en Venezuela hay aproximadamente 1.500 Comunas constituidas, así como cerca de 45.000 Consejos Comunales, por lo que este espacio de autogobierno tiene su base en la experiencia comunal de mujeres y hombres que le dan vida a la Comuna como proyecto político.

Aprobar el Plan de Desarrollo Comunal y Ordenar la publicación en gaceta comunal del mismo, así como Aprobar los proyectos, avalar solicitudes que cuenten con más del 60% de apoyo popular dentro de las Comunas registradas entre otras funciones y atribuciones se contemplan para esta figura jurídico administrativa del Poder Popular.

viernes, 11 de diciembre de 2015

Pasión y muerte de Argimiro Gabaldón

Argimiro Gabaldón Márquez, nació en 1919 en la casa principal de la hacienda Santo Cristo, Biscucuy, Portuguesa y murió a la edad de 45 años en un lamentable accidente de guerra, el 13 de diciembre de 1964.

En esa gabaldonera, los peones de la hacienda le enseñaron sus primeras lecciones de vida, el arte de pelear garrote, las mañas de la casería, disciplinas que le fueron formando el sentido del coraje. Su apego a la naturaleza lo llevó a ser un excursionista incansable. Jamás perdió una pelea a puño pues en las refriegas nunca supo lo que era el miedo. Luego practicó el béisbol, el tenis, natación a la antigua, la pesca y la caza.

Estuvo en el exterior, Buenos aires y Río de Janeiro, entre 1938 y 1945. Estudió arquitectura en Argentina. En el tercer año de su carrera, detuvo su visión arquitectónica para adentrarse en el mundo de la pintura, la literatura y el arte. Con su morral al hombro se fue a Brasil, proyectándose luego como poeta, novelista, periodista, dibujante, matemático, maestro alfabetizador y profesor de Artes plásticas. Tenía un gusto muy particular por la historia patria, materia que con los años impartiría en el liceo Lisandro Alvarado de Barquisimeto. Entendió que había que conocer la historia de su país para poder actuar sobre ella, y se dedicó a formular preguntas y a encontrar respuestas.

Regresó  a Venezuela en 1945 a desandar los viejos caminos. Las actividades políticas lo llevaron a Caracas, incorporándose a las luchas y huelgas estudiantiles organizadas por la Federación de Estudiantes de Venezuela.

La tradición revolucionaria de su padre, el General José Rafael Gabaldón, encarnó en él. Las lecturas de otros personajes históricos referenciales también marcaron su rumbo: Bolívar, Martí, Sandino, Lenin. Argimiro se inició en las células clandestinas del PCV en El Tocuyo desde 1938, cuando para la época, ser comunista era ya ser un héroe.

A la hora de la lucha contra el perezjimenismo, fue el primero en plantear que no se trataba sólo de cambiar al dictador por otro gobernante, sino que había que ir a la raíz de ese acontecer para que los cambios fuesen trascendentes y no formales. Fue entonces cuando comenzó a discutir la tesis de la necesidad de la lucha armada, como respuesta a un gobierno represivo y criminal.
   Cuando llega el año 1958, comienza a ver con cierto recelo las políticas de unidad impulsadas por el Partido Comunista. Para el momento del III Congreso del PCV, fue quien planteó la necesidad de ir hacia otras formas de lucha. Es el inicio de la experiencia guerrillera en Humocaro. En octubre de 1961 se cuenta el comienzo de las guerrillas, que, según Tirso Pinto, llegó a tener 1500 combatientes. Al incorporarse a las guerrillas Chimiro tenía 22 años de militancia y 40 años de edad, tiempo perfecto para las grandes decisiones.
Desde fines del 61 hasta el 13 de diciembre de 1964, el Comandante Ulises, que fue su primer seudónimo, estuvo al frente de esa lucha como Primer Comandante del Frente guerrillero Simón Bolívar. En ese proceso le tocó vivir los vaivenes de unos dirigentes que se amoldaban a las circunstancias, antes que analizar histórica, táctica y estratégicamente la realidad sobre la que actuaban.  

Para Argimiro “la lucha armada es una salida de masas”. Precisaba que debía ser “un movimiento de masas armado que no excluyese ninguna forma de lucha”. No para regalarle mesianicamente “revoluciones” al pueblo, sino para que este asumiera su papel histórico, sin reformas que debilitaran la necesidad del cambio radical. En sus proclamas expresaba: “El pueblo está cansado de que las revoluciones sean cambios de personas, nuevas constituciones, nuevas divisiones territoriales, perviviendo siempre la misma injusticia, la misma miseria, el mismo abandono. Es hora ya de tocar fondo, hay que cambiar los hombres, pero fundamentalmente es necesario transformar los sistemas”. Su predica se afincaba contra los dirigentes del estilo antiguo, los profesionales de la política que terminan burocratizándose, convirtiendo su actividad en pura negociación.

Consideraba, como Mariátegui, que “las  revoluciones son cada una un hecho original, aun cuando estén sometidas a leyes generales”. La copia mecánica de realidades distintas sería un traspié para el proceso revolucionario. Por eso oía al pueblo, a la vez que sistematizaba sus experiencias más allá de la ortodoxia de los manuales eurocéntricos. En una entrevista razonaba a manera de balance: “Cuando sus esquemas fallaron, cayeron en la desilusión, y tomaron los libros y folletos, en busca de nuevos esquemas, de nuevos patrones. Se olvidan de nuestra realidad y se dejaron penetrar por las tendencias de capitulación y conciliación”.

  Dicen los que lo conocieron de cerca que Chimiro no aceptaba verdades consagradas ni absolutas, buscaba siempre en su réplica aguda puntos de vista realmente originales. “La guerra es la única escuela de la guerra. La revolución es la única y verdadera escuela de los revolucionarios”, decía. La guerra popular y prolongada era parte de su convencimiento: “No estamos en capacidad de calcular cuánto tiempo le costará a la revolución venezolana   alcanzar   la  victoria.  ¡Pero vencerá!”

Reunió muy bien lo político y lo militar, culturizando el argumento ideológico. Era “un hombre línea” por cuanto adaptaba creativamente la orden que emanaba de arriba, con sencillez en el trato, sin formalidades ni etiquetas. Tenía una “lengua brava, como el ají” para la polémica. Dícese que “discutía con ironía y con una risita que picaba como el chirele y daba mucha arrechera.”

Su personalidad irreverente se puede apreciar en la siguiente anécdota, contada por el guerrillero Ángel Rivero, (a) Diego o Catirito. “Estando en el campamento guerrillero se oía por Radio Habana a Carlos Puebla con su “llegó el Comandante y mandó a parar”. Aburrido un combatiente con el repetitivo estilo, refunfuñó exigiendo otra música. El guerrillero que manipulaba el trasmisor lo intentó sepultar exigiéndole respeto: ¡Camarada! ese es el Cantor de la revolución cubana”. A lo que Argimiro le ripostó: “Es verdad, cambia ese fastidio. Ya quisiera estar yo en Sabana Grande con una motocicleta oyendo a Los Beatles.” Esto para el momento histórico que se vivía podría verse como una blasfemia, pero para Gabaldón era la autenticidad de su sentir. Y es que en la hermenéutica de sus discursos se puede apreciar cómo Argimiro respetaba la rebeldía de los jóvenes del momento.

Obsérvese su posición abierta hacia la utopía juvenil: “La cordura, virtud honorable, no debe jamás tratar de sustituir a la locura de la juventud, porque solo conseguirá castrar a los pueblos y producir la infecundidad de la historia. La juventud es “loca”, pero su locura es sublime. Es irreflexiva, afortunadamente irreflexiva, porque si la juventud se pusiera a reflexionar sesudamente, como pueden y deben hacerlo los hombres maduros, entonces estarían bailando el “twist” que es mejor que hacer la revolución.” Para los oídos sacralizantes del momento esta posición, sin lugar a dudas, hubiera sido etiquetada “de derecha”. Pero, ¿cómo mancillar a quien no exigió sacrificio que no estuviera dispuesto a rendir, incluyendo el supremo, el de su propia vida?

Argimiro Gabandón buscaba ganarse hasta al que parecía más enemigo del movimiento, decía que era obligatorio hablar con todo el mundo. Con su carácter jovial hablaba un lenguaje claro y sin titubeos que todos entendían. En su conversación sencilla daba una clase de política que siempre acompañaba con un chiste, manteniendo contentos y regocijados a sus oyentes. Formó 125 comités del FLN en igual número de caseríos, lo que implicaba una influencia en unos 75.000 habitantes. Chimiro, con gran capacidad de convencimiento, argumentaba en pocas palabras el por qué y el para qué de la lucha. Para él, nuestros campesinos eran permeables a la lucha porque “siempre han soñado con una revolución”. Tenía el don de la palabra, sus paisanos lo consideraban “el hijo del rico que comprendía las penalidades de los pobres”.

Era terrible con el enemigo para el momento de la pelea, aún cuando confesaba que “No era un guerrero, y nunca lo había pensado ser, pues amaba la vida tranquila”. Argimiro no deseaba andar con ninguna cachucha militar, añoraba una gorra inglesa para caminar paveando como cualquier muchacho de su tiempo.

Aplicaba la pedagogía a la política con un estilo muy alegre. Nunca se quejaba de la mala vida guerrillera. Le encantaba bailar y en el monte coleccionaba peonías que después regalaba como recuerdos.

Era fiel a la palabra empeñada, su referencia era la palabra del gallero, la de una eticidad que nunca miente. En la Asamblea Legislativa de Barquisimeto, no había contrincante adeco que sostuviera el paso de su oratoria mordaz, incisiva e irónica, y a la vez, colorida y pintoresca, como sus lienzos.

Incansable, de ancho pecho, enseñaba en las marchas a sus cachorros, los Tigres de Miracuay, a dominar el terreno para el combate. Estaba en su mejor edad, cuando afloraban sus canas de “viejo”, como  le decía, la selecta juventud que lo acompañó en sus andanzas guerrilleras. Para su espíritu indómito no importaban nada los años, pues era tan enérgico como su caballo Lucero, que tenía en la Hacienda Santo Cristo.

Siempre hemos deseado que nuestros políticos sean poetas que culturicen la política con nuevos planteamientos y estilos que superen el maquiavelismo pragmático y panfletario de nuestros intermediarios. Ese era Argimiro, el que sintetizó el discurso emancipador con radicalismo y ternura. Se recuerda una oportunidad cómo en el vesperal de la vida cimarrona le leyó con lágrimas en los ojos un poema de su soledad a dos guerrilleros centrales que tristes recordaban su vida urbana. Por su integralidad fue como si hubiéramos tenido al Ché en Venezuela, y parte de nuestra tarea sería colocarlo entre los precursores de la Patria Grande.

Para finales de 1964 ya el PCV hablaba de repliegue y rectificación. La guerrilla ya no se veía como una forma de tomar el poder sino que se utilizaba como mecanismo para presionar la ansiada “paz democrática” En tal sentido, se aminoró notablemente la ayuda a los destacamentos, como forma de menguar la rebeldía. En una Carta de navidad dirigida a los intelectuales del partido, Gabaldón escribía: “Desde lejos, mientras estamos entregando toda nuestra vida, nos golpea el viento de la indiferencia. Creemos ver a lo lejos falta de calor, ahora cuando más que calor necesitamos fuego, cuando más que simpatía precisamos cariño que arrebate, que empuje hacia delante con un vendaval de aliento.” Abandonados a su suerte, para esas navidades, la guerrilla sólo recibió una bolsita con 50 terrones de azúcar que una dulce camarada recogió en 20 lugares diferentes del mundo, que afectivamente abasteció el alma de los combatientes.

Aún cuando la muerte es la concubina de cualquier combatiente, para Argimiro, en su condición enormemente humana, debe haber sido muy doloroso dejar este mundo. Más que la muerte le debe haber dolido morir de bala amiga, morir a destiempo, morir inconcluso, cuando apenas se iniciaba el camino duro del que tanto había hablado y para el cual tanto se había preparado.

Pero los héroes no mueren para la historia. En los pueblos que caminó se encuentra en cada casa la causa de su vida. La eternidad de los héroes del pueblo, sobresale a cada rato en las distintas situaciones de la vida cotidiana. Son un recuerdo que perdura en cada caserío: “Acuérdate de Carache”, “Argimiro decía…” o “Por aquí pasó Chimiro”. En La Palomera, de Humocaro se oyó esta crónica que une la fantasía de la religiosidad con la convicción de que no ha muerto. “Argimiro tenía una ruana que lo protegía por un rezo que le hizo un brujo. Un renegado le llegó cerca y le ordeñó su revolver sin que  Chimiro sufriera un rasguño. Entonces se quitó el poncho y le dijo al traidor: -Te voy a enseñar como se mata a un hombre. Y ahí lo dejó”.

A 48 años de su muerte es necesario hacer precisiones históricas, pues se han desdibujado hechos que han oscurecido las circunstancias que le quebraron la vida. La intersubjetividad, por el héroe, crea suspicacias comprensibles por el entorno de afecto que rodea al ser querido. En este caso, citamos las versiones de tres personajes referenciales del momento histórico: José Díaz, Tirso Pinto y Carlos Betancourt.

El Comandante Gavilán, José Díaz, rememorando esta muerte, increíble por absurda, nos contó cómo se resbaló el fusil M2 -y eso lo vio todo el mundo- para caer sobre una saliente rama que penetrando al guardamonte del gatillo disparó, justo cuando Argimiro se levantaba a repartir unos caramelos a los combatientes. Nos narraba que Jesús Vethencourt (“Chuchú” o Comandante Zapata), causante de la tragedia, al írsele el disparo “desesperado, decía mil cosas, e intentó suicidarse y tuvo que ser sometido a la fuerza”. El fatal episodio lo marcó, desequilibrando su psiquis para siempre. Posteriormente, Carlos Betancourt, Comandante Gerónimo, nos lo ratifico en Sanare de 2012: “Fue accidental, yo presidí el juicio que se le hizo a Zapata.” Los fusiles de los participantes a la reunión habían sido chequeados por la escuadra de seguridad para constatar que no había balas, pero Chucho Vethencourt llegó tarde al encuentro y no fue revisado. Zapata, le había quitado la caserina al fusil pero no se percató que había un proyectil en la recámara, pues había prestado su arma para una guardia y recién la recuperaba. Serán cosas de la mala suerte o groserías de la vida, pero esta es la versión que, con pocas alteraciones, se ha recogido de ese aciago episodio.

El infortunio ocurrió en las afueras del caserío El Hato, del estado Lara. Argimiro sabiéndose mortalmente herido, pidió que lo afeitaran para ser bajado a El Tocuyo. Con entereza mantuvo su capacidad de mando. Se despidió de sus más allegados con breves consejos y como un gesto final, donde afloró su grandeza humana, extrajo de su morral unos chocolates, tesoro de una guerrilla, y los repartió entre sus hombres.

Para el momento de su muerte, Argimiro era una figura emblemática encarnada en los campesinos de Lara y Portuguesa. Ella estaba asociada, como continuación histórica, no sólo a la lucha antigomecista de su padre, en esos mismos parajes, sino que se remontaba aún más allá, abarcando las guerras de Independencia y Federal, que mantenían ese espíritu levantadizo y cimarrón trasmitido por vía oral entre generaciones, simbolizando al ídolo extraviado en lo por hacer. Quizás Argimiro fue el último exponente donde el imaginario popular buscó encontrar al héroe total, imaginado entre las etapas procesuales no resueltas, que han mantenido las expectativas de este saldo histórico acumulado.

domingo, 6 de diciembre de 2015

Hace 201 años en tierras anzoatiguense se libró la Batalla de Urica. Esta acción táctica militar de la Guerra de Independencia venezolana se llevó a cabo el 5 de diciembre de 1814. En el combate intervinieron un total de 11 mil 200 soldados: 7 mil realistas al mando de José Tomás Boves, quienes enfrentaron a 4 mil 200 patriotas, al mando de José Félix Ribas y José Francisco Bermúdez. El triunfo en aquel encuentro fue para los realistas, no obstante, a consecuencia de una herida que le infiriera un lancero patriota, murió el líder caudillo realista José Tomás Boves.
Después de la Batalla de Los Magueyes, en el estado Monagas, en la cual Boves derrotó a José Francisco Bermúdez, los patriotas se encontraban en muy malas condiciones para resistir a las fuerzas realistas. Por lo que, José Félix Ribas y Bermúdez no lograron ponerse de acuerdo en la forma de conducir la guerra y fueron continuas sus disputas por el mando.
A finales de noviembre, Ribas hizo prevalecer su idea de buscar a Boves en las sabanas de Urica. En la marcha hacia Urica cuando Ribas ordenó formar los escuadrones de caballería “rompe líneas”, cuyo objetivo era dar golpes decisivos a las filas enemigas. Escogió a los más diestros jinetes, los puso a las órdenes de Zaraza y Monagas, y durante el trayecto, ensayó su acometida varias veces.
El 5 de diciembre de 1814, Ribas y los patriotas encontraron a Boves y a las tropas realistas en la mesa de Urica. Las hostilidades fueron iniciadas por Boves, cuando salió con su columna a enfrentarse a la que mandaba el coronel Bermúdez, quien pudo rechazar el ataque. A pesar del éxito inicial de los patriotas permitió a Ribas la colocación de sus hombres para combatir el fuego.
Según la tradición oral, fue Zaraza quien fulminó a Boves de un certero lanzazo. El aguerrido jefe patriota había arengado a su escuadrón de caballería. Aún con la muerte de Boves, el resto de las fuerzas realistas cargaron contra la línea republicana y la envolvieron, y con ello lograron la victoria. Las bajas fueron numerosas en ambos bandos.

martes, 3 de noviembre de 2015

A 35 años de su muerte el legado cultural de César Rengifo está vivo

César Nerio Rengifo Cadenas, exponente de las artes plásticas, el teatro y el muralismo, nació en Caracas el 14 de mayo de 1915 y se convirtió en uno de los más importantes artistas venezolanos del siglo XX.
Formado desde 1929, con tan solo 14 años, en la Academia de Bellas Artes —espacio ubicado entre las esquinas de Veroes a Santa Capilla— Rengifo aprendió técnicas de dibujo, pintura y escultura, al tiempo que se codeaba con otros grandes creadores de su generación como Pedro León Castro, Ventura Gómez y Pedro Blanco.
Al vivir el régimen dictatorial impuesto por Juan Vicente Gómez y siendo un hombre sensible vinculado con el pueblo y con el sentir de los más necesitados, este artista de múltiples facetas se relaciona con la política y emprende una lucha por la justicia social y las ideas socialistas. Fue militante en el Partido Comunista de Venezuela (PCV) desde su fundación, en 1931.
Luego de recibir su título en la Academia, Rengifo parte rumbo a Chile para hacer estudios superiores con una beca que terminaría rechazando para emprender un nuevo viaje hacia México. Allí, se inscribe en el partido comunista de ese país y, mientras trabajaba en la producción y distribución de afiches y volantes de propaganda, conoce y se involucra con el muralismo mexicano, corriente de la cual aprendería técnicas que próximamente emplearía en murales que aún se exhiben en Caracas.
Siete años después, el artista regresa a Venezuela e inicia su trayectoria como dramaturgo y director teatral, con obras con contenido social basadas en temas como la represión, la pobreza, la lucha por la independencia, la explotación del hombre por el hombre y la resistencia indígena.
De estas piezas teatrales destacan Apacuana y Cuaricurián, ¿Quién se robó esa batalla?, Porque canta el pueblo, Vivir en paz, Lo que dejó la tempestad, entre muchas otras.
César Rengifo murió el 2 de noviembre de 1980 en su ciudad natal, dejando un legado cultural que lo mantiene vivo en el ideario nacional con reconocimientos, lugares emblemáticos y movimientos culturales bautizados con su nombre.
Tal es el caso del Movimiento Nacional de Teatro César Rengifo, creado en 2013 por el presidente de la República, Nicolás Maduro, con el propósito de hacer de la cultura un instrumento para sembrar valores como la solidaridad, el respeto y el amor a la patria entre los niños, niñas y jóvenes venezolanos, y así construir una sociedad de paz, tal como lo procuró Rengifo, integrador de las artes en función de la humanidad y sus necesidades de expresión.

miércoles, 28 de octubre de 2015

Camilo Cienfuegos desapareció el 28 de octubre de 1959, a los 27 años, cuando regresaba en un avión bimotor Cessna de una misión encomendada por el líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro, en la región centro-oriental de la isla, para detener al comandante Huber Matos, acusado de traición.
Era uno de los 81 hombres con que desembarcó Fidel Castro en diciembre de 1956 del yate Granma, para iniciar la lucha guerrillera en la Sierra Maestra, y fue clave en la derrota del dictador Fulgencio Batista y en el triunfo de la Revolución el 1 de enero de 1959.
¡HASTA LA VICTORIA SIEMPRE!

viernes, 23 de octubre de 2015


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Mujerícola 23: Argelia

EN HONOR A ARGELIA LAYA...
Cuando cayó el penúltimo cacao, Argelia pegó su primer grito.
Se dice que dijo “muuuuuuuuuujer” y del nido revolotearon las aves, en la cueva aulló la ola y la montaña sonrió.
Rosario López y Pedro María Laya la cogieron del árbol y a la mañana siguiente, de ella corrió la leche espesa como sudor de África.
Se enfermaba tanto que creían que se iría. Pero supo resistir los remolinos de viento que jugaban con ella, en el patio. Tarde fue la escuela a su encuentro. Para entonces aprendió a leer sola. Y se perdía en los ojos de su pantano doméstico.
Con Pedro, su hermano mayor, jugó a ser la cacica y para demostrarlo comió ají, se hirió con picos de botella, saltó sobre la candela, se arrojó contra la ola más grande, dejó que la arena le picara el culo.
Su piel fue una cumbe.
De su cabeza se desprendía la voz de los tambores.
De su pecho el río que separó a la mujer libre de la costra.
Su segundo nombre, es el de la patrona de Río Chico, Mercedes, la virgen de la emancipación.
Su madre le enseñó la resistencia, el cimarronaje, la palabra.
A su padre lo hacían preso por conspirar, primero contra Castro y luego contra Gómez, hasta que lo expulsaron del Estado Miranda y fueron a empobrecer los márgenes de la capital.
Alguna vez tuvo que abandonar las clases porque tenía hambre. Era mujer, negra y pobre, pero nunca desposeída. Tenía poder, supo parirlo y pudo criarlo.
Antes de habitar las grietas de la historia siendo la Comandanta Jacinta, Argelia se convirtió en maestra. Poquito después manejaba con igual experticia chopos y explosivos contra Pérez Jiménez.
Lo que no le sirvió durante su más temible pelea. Fue violada y del forcejeo una barriga.
Decidió concebir. Y fue entonces madre soltera, cuando a las maestras les era prohibido y lo mismo abortaban que se suicidaban. La suspendieron por conducta inmoral, pero volvió por todos los caminos.
Se preparó para traer a Perucho, sin dolor. Y no fue sino hasta los ocho años que supo que Argelia Mercedes era su madre, porque era muy peligroso revelar el vínculo.
Con casi cuarenta años pasó de asistir a ser la propia guerrilla.
Ocuparía así un renglón en la lista de “próximos fusilados” políticos.
Y desde el vientre del monte volvió a levantarse contra el macho de izquierda, que creyó que la mujer iba a la montaña a prepararle el mondongo, a lavarle los trapos.
Su credo pasó del evangelio al socialismo criollo, para todas, para todos.
Argelia Laya vivió en El Valle, en el piso 25 de un superbloque de Inavi. Única propiedad que heredó a sus hijos. Desde su ventana miró como la montaña de donde debía bullir la gente nueva se hacía pesebre de mano de obra barata.
Su sueldo de maestra lo rindió hasta su muerte, para comer, para dar de comer, para hacerse de retazos de tela con los que mandaba a coser las batolas bajo las que se le recuerda pateando las calles de Caracas. También le fue suficiente para poner en su repisa cremas de Colaped, con las que ponía a sus nietas a sobarle los pies.
Del bolso negro grande pasó a una pequeña maleta con ruedas en la que llevaba libros, libritos, panfletos, folletos, todos enseñaban a la mujer cómo extender las alas.
Parió a tres hombres: Pedro, Rafael y Luis Guillermo. El hijo del medio murió en un accidente y los otros le regalaron cuatro nietas: Rosario (engendrada por Pedro y una indígena jivi cuando apenas tenía catorce años, por lo que fue criada por su abuela paterna), Flora, Beatrice y Ananda (única hija de Luis y que vivió con Argelia hasta su muerte).
A ella, todo partido que le apretó, se lo sacó de encima, porque le gustó la holgura y la hizo su casa y su tumba.
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Un día, mientras corría uno de aquellos remolinos por los pasillos de sus pulmones, Argelia se dejó llevar. De ella cayó un único largo zarcillo en la tierra. En la Finca Las Mercedes murieron los cacaotales, la lechosa se negó a madurar, el riki riki a florecer. Las grandes cerraduras de su cuarto se oxidaron.
La ciénaga que la vio madurar hasta caer, anegó y elevó las hojitas del manglar a media asta.

viernes, 25 de septiembre de 2015

Hace 10 años el FBI asesinó al líder revolucionario puertorriqueño Filiberto Ojeda


Este miércoles se cumplen 10 años del asesinato por parte del FBI de Filiberto Ojeda Ríos, líder revolucionario que luchó por la independencia de su natal Puerto Rico.
Nació el 26 de abril de 1933 en la localidad de Naguabo, en la región centroeste de la isla. Trompetista de profesión, en 1961 se trasladó a Cuba, donde se formó como revolucionario.
Fundó el Movimiento Independentista Revolucionario Armado y batalló por décadas por acabar con el colonialismo norteamericano en la isla. Fue un constante defensor de los derechos del pueblo puertorriqueño, denunció asesinatos de líderes de la izquierda en la isla y cuestionó la pruebas militares que realizó EEUU en Puerto Rico de armas químicas como el Naplam y el agente naranja, usado luego en la guerra de Vietnam.
Ojeda Ríos también fue un defensor de los presos políticos en Puerto Rico por órdenes del gobierno de EEUU. El portal web Cuba Debate reseñó que en una ocasión, en reclamo a la liberación de sus compatriotas, pidió ser canjeado por uno de los encarcelados.
En 1976, los grupos insurgentes bajo su mando se congregaron para crear el Ejército Popular Boricua, conocido como Los Macheteros. El Gobierno de EEUU intentó atribuirle explosiones de infraestructuras militares, comerciales y federales para desprestigiar al grupo insurgente que luchaba por la independencia de la isla.
“El Ejército Popular Boricua – Los Macheteros, somos nacionalistas revolucionarios. Nuestro espíritu revolucionario determina, a su vez, que nuestra lucha, que es por la justicia e igualdad social, está entronizada en nuestra patria, en nuestro territorio nacional, en nuestra puertorriqueñidad, en nuestra historia de lucha libertaria”, dijo en una oportunidad.
Fue asesinado por el FBI en la población de Hormigueros a los 72 años. Su casa fue rodeada por más de 200 efectivos que abrieron fuego contra su vivienda. Su funeral se realizó en Naguabo, donde fue despedido y es recordado como un héroe por la lucha por la independencia de la isla.