En 1911 el explorador estadounidense Hiram Bingham redescubre Machu
Picchu símbolo de la civilización incaica, situada en la cumbre de una
montaña a 2.800 metros de altura.
Su descubrimiento le costó
mucho tiempo, y dinero, pero tras dos expediciones, logró encontrar las
ruinas, guiado por campesinos locales. Bingham consiguió sacar casi
5.000 piezas arqueológicas que hoy se encuentran ilegalmente en la
Universidad de Yale, obras que están siendo reclamadas desde hace
décadas por el gobierno peruano.
En sus primeras expediciones por los Andes, Hiram
Bingham, oyó hablar de una ciudad perdida, al noroeste de Cuzco, que los
conquistadores nunca habían conseguido encontrar. Bingham siguió muchos
senderos, pero al final de ellos sólo encontró chozas en ruinas.
Durante tres días, mientras los indios iban abriendo un camino por la
selva, fueron subiendo trabajosamente por sendas casi impracticables.
Una mañana apareció en su campamento un campesino que les refirió un
relato sobre ciertas ruinas que yacían en la cima de la montaña al otro
lado del río. El 24 de julio era un día frío y lluvioso, y los
compañeros de Bingham estaban exhaustos, sin ánimos de continuar la
ascensión. Bingham, que no tenía muchas esperanzas, logró convencer al
campesino Melchor Arteaga y al sargento Carrasco para que le
acompañaran. Primero cruzaron el río, mediante un frágil puente
construido por los indios y atado con ramas. Después, subieron la ladera
a gatas.
Por fin, después de una ascensión agotadora de más de 700
metros, llegaron a una choza de paja, donde dos indios que allí había
les ofrecieron agua fresca y patatas hervidas, y les dijeron que justo a
la vuelta había unas viejas casas y muros. Bingham dio la vuelta a la
colina y se quedó maravillado con el espectáculo que tenía ante sus
ojos. Primero vio cerca de cien terrazas de piedra escalonadas,
admirablemente construidas, que medían centenares de metros: Una especie
de granja gigantesca que cubría la ladera y se alzaba hacia el cielo.
Todo ello se encontraba medio
oculto por un espeso entramado de árboles y matorrales, infestado de
serpientes. Uno de los descubrimientos más importantes realizado por
Hiram Bingham, fue el hallazgo de los muros de una mansión,
primorosamente tallados, que tienen tres ventanas que miran hacia el sol
naciente, tal como la legendaria casa real de donde se dice que partió
el primer inca para fundar su dinastía no se sabe cuántos siglos antes,
ejércitos de albañiles habían construido estos muros, cortando las rocas
y transportándolas a mano.
Otros tantos obreros habrían llevado hasta
allí, quizás desde el valle inferior, toneladas de tierra, para
convertir aquel lugar, que aún hoy es fértil, en cultivable. Detrás de
las terrazas, parcialmente escondidas por la maleza, había más
maravillas.
Tal vez la mayor joya arquitectónica que encierra Machu
Picchu, sea su conjunto de muros inclinados. En lo alto de la ciudad,
donde se cree que los incas rendían culto al Sol, los distintos templos,
que constituyen uno de los ejemplos más admirables de sillería
primitiva que existe en el mundo, representan el trabajo de generaciones
de maestros artesanos.
No hay dos piedras iguales; cada una fue tallada
para ocupar un determinado lugar, con ángulos caprichosos y
protuberancias meticulosamente labradas que encajan unas con otras, como
si se tratara de las piezas de un rompecabezas. En diversos puntos
arrancan escalinatas laterales.
Algunas escaleras de seis, ocho y diez
peldaños, que conducen a un palacio, fueron talladas con su balaustrada
de un solo bloque de granito. Nuestros únicos conocimientos sobre su
civilización nos llegan a través de las crónicas escritas durante la
conquista de Perú, pero en ninguna de ellas se menciona nada sobre esta
fortaleza Inca, lo cual demuestra que los conquistadores nunca llegaron a
descubrirla.