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miércoles, 15 de octubre de 2014

15 de octubre de 1865 muere Andrés Bello
Andrés Bello fue también maestro del Libertador Simón Bolívar.
por Yesenia Belandria Chacon
El 15 de octubre de 1865, a los 84 años de edad, muere, en Santiago de Chile, el humanista venezolano y maestro del libertador Simón Bolívar, Andrés Bello, quien se desenvolviera en vida como un destacado intelectual, legislador, educador, filósofo, crítico, filólogo y poeta.
Andrés de Jesús María y José Bello López era hijo de Bartolomé Bello y Ana Antonia López, nació en la ciudad de Caracas, entonces Capitanía General de Venezuela, el 29 de noviembre de 1781, donde vivió hasta 1810. Fue maestro del Libertador Simón Bolívar y participó en el proceso que llevaría a la independencia de Venezuela. Como parte del bando revolucionario, integró la primera misión diplomática a Londres conjuntamente con Luis López Méndez y Simón Bolívar, lugar donde residiría por casi veinte años.
En 1829 embarca junto a su familia hacia Chile, donde es contratado por el gobierno, desarrollando grandes obras en el campo del derecho y las humanidades. Como reconocimiento a su mérito humanístico, el Congreso Nacional de Chile le otorgó la nacionalidad por gracia en 1832.
En Santiago alcanzaría a desempeñar cargos como senador y profesor, además de dirigir diversos periódicos. En su desempeño como legislador sería el principal impulsor y redactor del Código Civil, una de las obras jurídicas americanas más novedosas e influyentes de su época. Bajo su inspiración y con su decisivo apoyo, en 1842 se crea la Universidad de Chile, institución de la que se convertirá en su primer rector por más de dos décadas.
Entre sus principales obras, se cuenta su Gramática del idioma castellano (Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos y los esclavos españoles), los Principios del derecho de gentes, la poesía Silva a la agricultura de la zona tórrida y el Resumen de la Historia de Venezuela.
Andrés Bello fue también director y redactor de El Araucano, periódico Chileno fundado por Diego Portales en 1830, en el cual publicó numerosos artículos de educación, filosofía y teatro.
En 1842 polemizó con el rioplatense Domingo Faustino Sarmiento sobre cuestiones de lengua, estética y política. Se ocupó del lenguaje a través de numerosos estudios. Sobresale su Gramática de la Lengua Castellana (1847), que le valió ser designado miembro correspondiente de la Academia Española de la Lengua, y su Ortología y métrica, los dos trabajos más originales que se han realizado en nuestro idioma sobre esta materia. Escribió también un comentario a El Criterio de Balmes, y un estudio sobre El Cantar de Mío Cid.
En 1843 comienza a publicar en la revista El Crepúsculo su obra Filosofía del entendimiento, que sólo aparecería publicada completa después de su muerte, en 1881. Pensada como libro de texto, pero elaborada de forma innovadora, tiene como objeto de investigación un campo mucho más amplio que el mero entendimiento humano.
Otro aspecto muy importante de sus actividades fue su función docente y el interés que sintió por la pedagogía. Estaba convencido de que la instrucción y el cultivo espiritual son la base del bienestar del individuo y del progreso de la sociedad, razón por la cual siempre fomentó el estudio de las letras y de las ciencias.
Bello propuso la apertura de Escuelas Normales de Preceptores y la creación de Cursos Dominicales para los trabajadores. Muchas de sus ideas educativas están en el Discurso Inaugural con que se iniciaba la actividad de cinco nuevas Facultades en la Universidad de Chile en 1843.
Sus restos fueron inhumados en el Cementerio General de Santiago de Chile.
¡LOS HOMBRES QUE HICIERON LA REVOLUCION EN AMERICA!
Augusto César Sandino
(Augusto Nicolás Calderón Sandino; Niquinohomo, Nicaragua, 1893 - Managua, 1934) Líder guerrillero nicaragüense que luchó tenazmente contra la ocupación y la intervención norteamericana hasta obligar a los Estados Unidos a retirar sus tropas de Nicaragua. Tras su asesinato a manos del entonces jefe de la Guardia Nacional, Anastasio Somoza, Sandino se convirtió en el referente ideológico del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y de la revolución promovida por este movimiento que, años más tarde, acabaría con la dictadura somocista.
Augusto César Sandino
De origen muy humilde, trabajó como minero en Nicaragua, Honduras y México. En 1926 regresó a su país, ocupado desde 1916 por las tropas estadounidenses que defendían los intereses de las compañías fruteras de Estados Unidos. Optó por defender la autonomía nacional, afectada por el convenio Bryan-Chamorro y por la firma del tratado Stimpson-Moncada, por lo que reunió un grupo de guerrilleros y se alzó en armas.
Durante seis años combatió contra las tropas de diferentes gobiernos apoyados por Estados Unidos, al término de los cuales había logrado aglutinar a su alrededor a unos tres mil hombres y se había ganado la admiración popular. Organizada bajo su mando, la guerrilla rebelde se refugió en las selvas de Nueva Segovia, donde se convirtió en prácticamente invencible.
Al no lograr derrotarlo, el presidente estadounidense Herbert C. Hoover ordenó la retirada de las tropas desplegadas en Nicaragua, lo que, junto con la elección de Franklin D. Roosevelt como presidente de Estados Unidos, movió a Sandino a negociar con el gobierno de nicaragüense la deposición de las armas y el retorno a la vida civil (1933).
Sin embargo, su prestigio político continuaba siendo una amenaza para los dirigentes del país, por lo cual, tras aceptar una invitación para acudir al palacio presidencial, fue emboscado y asesinado por Anastasio Somoza, jefe de la Guardia Nacional y sobrino del ex presidente José María Moncada.
Con todo, la muerte del líder no significó la desaparición de su movimiento, y su nombre pasó a encarnar la lucha de liberación de Nicaragua. El Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), alineación política creada en 1962, se constituyó como continuadora del ideario de Sandino y centró sus miras en el derrocamiento de los Somoza mediante la lucha armada, objetivo que logró en 1979.
¡¡LOS HOMBRES QUE HICIERON LA REVOLUCION EN AMERICA!! 
General: Felipe Ángeles …. El solitario de la revolución mexicana.
colaboración de Juan Carlos Lopez
Foto de Juan Carlos Lopez.
«Uno de nuestros más grandes males, que por atavismo tenemos los mexicanos, es dar puestos a individuos sin educación y sin aptitudes que son más dañosos como funcionarios que como particulares; pero, sin embargo de esto, a mí nunca se me ha dado la presidencia de la república, pues no la admitiría porque no tengo los conocimientos ni facultades necesarias para ello.»
Fueron éstas algunas de las palabras dichas en defensa propia en el consejo de guerra al que fuera sometido uno de los personajes que, además de ilustrado –lector de Carlos Marx, Carlos Kautsky y otros teóricos sociales, según recuerda Friedrich Katz–, estuvo llamado a ser para la posteridad uno de los más solitarios de la Revolución mexicana y de la propia historia de México: el general Felipe Ángeles (Hidalgo, 1869 - Chihuahua, 1919).
Una soledad histórica y política, además de biográfica –como la que bien podemos apreciar en esa decepcionada constatación hecha por el general Ángeles respecto de ‘los atavismos que tenemos los mexicanos’–, es aquella sobre la que el profesor Adolfo Gilly arroja luz en la introducción del libro por él compilado con el que, bajo el título de Felipe Ángeles en la Revolución (co-editado en 2008 por ERA y CONACULTA), se recogen lo estudios presentados por los ocho especialistas que participaron en el Coloquio Internacional Felipe Ángeles y la Revolución Mexicana, que tuvo lugar los días 17 y 18 de noviembre de 2005 y que fue convocado por el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM), la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y su División de Estudios de Posgrado.
Los estudios del Coloquio vienen acompañados por un Apéndice con siete escritos de Felipe Ángeles antecedidos por la correspondiente introducción del profesor Gilly.
Se trata de un libro de lectura obligada para todo aquél interesado en los pormenores de la Revolución mexicana en particular, y para los interesados en la historia del México contemporáneo en general. En ambos casos, la reconstrucción de una vida aparecerá a su vez como la reconstrucción refractada de una muy particular parcela de la realidad histórica que fue la Revolución mexicana, y que hemos situado en trabajos anteriores como la condensación histórica de lo que hemos denominado como la segunda generación de la izquierda mexicana. En el límite, cuando la densidad de un acontecimiento político desborda el horizonte individual, la crónica habrá de trocarse en historia.
Habiendo consultado archivos de México (como el Archivo Histórico de la Defensa Nacional, el Archivo Histórico de la Secretaría de Relaciones Exteriores o el Archivo personal de Luz Corral de Villa, entre otros), de Estados Unidos (como el Archivo de Clinton A. Luckett, en El Paso, Texas o los National Archives: documentos del departamento de Estado, en Washington, entre otros), de Cuba (como la Biblioteca de La Habana) y Francia (como los Archives Militaires de Vincennes), además de diez periódicos de México y Estados Unidos y una bibliografía de alrededor de sesenta obras de investigadores, el profesor Gilly consigna en apretada síntesis las claves de la vida de ese militar educado en el Ejército Federal de Porfirio Díaz, del destacado teórico, culto y educado técnico militar y estratega que fue Felipe Ángeles: ‘el único alto jefe del Ejército Federal que se mantuvo leal a Madero –quien lo había nombrado en 1912 directo del Colegio Militar– durante el golpe de Félix Díaz y Victoriano Huerta y los días sucesivos de febrero de 1913 conocidos como la Decena Trágica’, en palabras de don Adolfo.
Tras la usurpación de Huerta, Ángeles fue enviado a Francia, pero para regresar de manera clandestina muy poco tiempo después e incorporarse a la Revolución, primero, como parte del gabinete de Venustiano Carranza en Sonora, y, después, en los primeros meses de 1914, como parte de los mandos de la División del Norte, al lado de Francisco Villa. Después vendría el fracaso de la Convención Militar Revolucionaria de Aguascalientes y la lucha de facciones dentro de la Revolución.
En medio de ese período aciago y convulsionado, Ángeles se habría de refugiar en Estados Unidos durante la segunda mitad de 1915. Tras la sanción de la Constitución del 17, el general regresaría a México en diciembre de 1918, una vez más de manera solitaria, nos dice Gilly, para sumarse a las fuerzas de Villa, convencido –póngase atención en esto– de que sólo así, apoyando a Villa, podría evitarse la que consideraba como inminente intervención de Estados Unidos a México.
Felipe Ángeles fue apresado el 17 de noviembre de 1919. Ante el consejo militar al que se le sometió durante los días 24 y 25 de noviembre en Chihuahua, dio muestra de las ideas y doctrinas en las que se había formado y de las que se declaraba defensor; eran ideas en donde podía encontrarse una peculiar síntesis de liberalismo, humanismo y socialismo, ‘era en verdad su testamento político y espiritual’, según nos dice el profesor Gilly. Fue fusilado en la madrugada del 26 de noviembre de 1919 en la ciudad de Chihuahua.
Para Friedrich Katz, en su biografía de Pancho Villa, según lo inserta Gilly en su texto introductorio, Felipe Ángeles ‘fue el único alto oficial del Ejército Federal que se unió a las fuerzas revolucionarias y también uno de los muy pocos generales mexicanos, fueran federales o revolucionarios, que era a la vez un intelectual en el más amplio sentido del término[;] fue uno de los pocos ideólogos que produjo la Revolución’.
En su intervención en el libro que comentamos, ‘Felipe Ángeles y la Decena Trágica’, Katz presenta cuatro direcciones en las que se han dirigido las discusiones y controversias entre historiadores y especialistas, a saber:
a) La actitud de Ángeles durante la Decena Trágica. ¿Qué tan leal fue a Madero?
b) ¿Cómo fue que Felipe Ángeles haya podido unirse a un hombre como Villa, considerado por muchos un bandolero?
c) Cuál fue la verdadera responsabilidad de Ángeles en la ruptura entre Villa y Carranza que hubo de detonar a su vez el enfrentamiento de facciones entre, por un lado, Villa y Zapata, y Carranza por el otro.
d) La verdadera fidelidad patriótica de Ángeles que, para algunos, puede ser tenida como contradictoria ante una supuesta inclinación pro-estadounidense.
En todo caso, queremos nosotros destacar la singularidad de Felipe Ángeles en tanto que, como militar, tuvo que verse involucrado en enfrentamientos de un lado y de otro, según iban cambiando las posiciones y correlaciones de fuerzas entre las facciones antagónicas: en su momento, tuvo que comandar a las fuerzas federales maderistas que en Morelos combatieron a las fuerzas zapatistas, que por su parte se habían levantado contra Madero bajo las consignas del Plan de Ayala; después, tras el golpe del 1913, Ángeles habría de convertirse en aliado estratégico de Villa y las fuerzas revolucionarias levantadas contra Huerta.
Se trata de un ejemplo luminoso por contradictorio, dialéctico en definitiva, como todo proceso revolucionario no puede dejar de ser: ‘vine del pueblo y era yo exclusivamente un soldado. La ignominia de febrero de 1913 me hizo un ciudadano y me arrojó a la Revolución en calidad de devoto de nuestras instituciones democráticas. Ahora de nuevo, por constitucionalista y demócrata, vuelvo a la lucha armada contra el caudillo que se opuso a Huerta, en nombre de la Constitución de 1857, y que impúdicamente la abrogó al triunfo…’, diría después en su Manifiesto al pueblo mexicano en 1919.
«¿Qué podía salir del estudio de este personaje solitario que no hubiera sido ya analizado y dicho sobre el curso y los significados de la Revolución mexicana? Tal vez mucho de lo que todavía queda por decir: cierto aire del tiempo, cierta visión sobre los militares mexicanos de entonces y también ciertas fantasías de los hombres y mujeres arrastrados por la Revolución, que hoy sabemos que son tales, pero que quienes las llevaban en su imaginación entonces no sabían que lo eran» (Gilly, pág. 11.)