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miércoles, 15 de octubre de 2014

¡¡LOS HOMBRES QUE HICIERON LA REVOLUCION EN AMERICA!! 
General: Felipe Ángeles …. El solitario de la revolución mexicana.
colaboración de Juan Carlos Lopez
Foto de Juan Carlos Lopez.
«Uno de nuestros más grandes males, que por atavismo tenemos los mexicanos, es dar puestos a individuos sin educación y sin aptitudes que son más dañosos como funcionarios que como particulares; pero, sin embargo de esto, a mí nunca se me ha dado la presidencia de la república, pues no la admitiría porque no tengo los conocimientos ni facultades necesarias para ello.»
Fueron éstas algunas de las palabras dichas en defensa propia en el consejo de guerra al que fuera sometido uno de los personajes que, además de ilustrado –lector de Carlos Marx, Carlos Kautsky y otros teóricos sociales, según recuerda Friedrich Katz–, estuvo llamado a ser para la posteridad uno de los más solitarios de la Revolución mexicana y de la propia historia de México: el general Felipe Ángeles (Hidalgo, 1869 - Chihuahua, 1919).
Una soledad histórica y política, además de biográfica –como la que bien podemos apreciar en esa decepcionada constatación hecha por el general Ángeles respecto de ‘los atavismos que tenemos los mexicanos’–, es aquella sobre la que el profesor Adolfo Gilly arroja luz en la introducción del libro por él compilado con el que, bajo el título de Felipe Ángeles en la Revolución (co-editado en 2008 por ERA y CONACULTA), se recogen lo estudios presentados por los ocho especialistas que participaron en el Coloquio Internacional Felipe Ángeles y la Revolución Mexicana, que tuvo lugar los días 17 y 18 de noviembre de 2005 y que fue convocado por el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM), la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y su División de Estudios de Posgrado.
Los estudios del Coloquio vienen acompañados por un Apéndice con siete escritos de Felipe Ángeles antecedidos por la correspondiente introducción del profesor Gilly.
Se trata de un libro de lectura obligada para todo aquél interesado en los pormenores de la Revolución mexicana en particular, y para los interesados en la historia del México contemporáneo en general. En ambos casos, la reconstrucción de una vida aparecerá a su vez como la reconstrucción refractada de una muy particular parcela de la realidad histórica que fue la Revolución mexicana, y que hemos situado en trabajos anteriores como la condensación histórica de lo que hemos denominado como la segunda generación de la izquierda mexicana. En el límite, cuando la densidad de un acontecimiento político desborda el horizonte individual, la crónica habrá de trocarse en historia.
Habiendo consultado archivos de México (como el Archivo Histórico de la Defensa Nacional, el Archivo Histórico de la Secretaría de Relaciones Exteriores o el Archivo personal de Luz Corral de Villa, entre otros), de Estados Unidos (como el Archivo de Clinton A. Luckett, en El Paso, Texas o los National Archives: documentos del departamento de Estado, en Washington, entre otros), de Cuba (como la Biblioteca de La Habana) y Francia (como los Archives Militaires de Vincennes), además de diez periódicos de México y Estados Unidos y una bibliografía de alrededor de sesenta obras de investigadores, el profesor Gilly consigna en apretada síntesis las claves de la vida de ese militar educado en el Ejército Federal de Porfirio Díaz, del destacado teórico, culto y educado técnico militar y estratega que fue Felipe Ángeles: ‘el único alto jefe del Ejército Federal que se mantuvo leal a Madero –quien lo había nombrado en 1912 directo del Colegio Militar– durante el golpe de Félix Díaz y Victoriano Huerta y los días sucesivos de febrero de 1913 conocidos como la Decena Trágica’, en palabras de don Adolfo.
Tras la usurpación de Huerta, Ángeles fue enviado a Francia, pero para regresar de manera clandestina muy poco tiempo después e incorporarse a la Revolución, primero, como parte del gabinete de Venustiano Carranza en Sonora, y, después, en los primeros meses de 1914, como parte de los mandos de la División del Norte, al lado de Francisco Villa. Después vendría el fracaso de la Convención Militar Revolucionaria de Aguascalientes y la lucha de facciones dentro de la Revolución.
En medio de ese período aciago y convulsionado, Ángeles se habría de refugiar en Estados Unidos durante la segunda mitad de 1915. Tras la sanción de la Constitución del 17, el general regresaría a México en diciembre de 1918, una vez más de manera solitaria, nos dice Gilly, para sumarse a las fuerzas de Villa, convencido –póngase atención en esto– de que sólo así, apoyando a Villa, podría evitarse la que consideraba como inminente intervención de Estados Unidos a México.
Felipe Ángeles fue apresado el 17 de noviembre de 1919. Ante el consejo militar al que se le sometió durante los días 24 y 25 de noviembre en Chihuahua, dio muestra de las ideas y doctrinas en las que se había formado y de las que se declaraba defensor; eran ideas en donde podía encontrarse una peculiar síntesis de liberalismo, humanismo y socialismo, ‘era en verdad su testamento político y espiritual’, según nos dice el profesor Gilly. Fue fusilado en la madrugada del 26 de noviembre de 1919 en la ciudad de Chihuahua.
Para Friedrich Katz, en su biografía de Pancho Villa, según lo inserta Gilly en su texto introductorio, Felipe Ángeles ‘fue el único alto oficial del Ejército Federal que se unió a las fuerzas revolucionarias y también uno de los muy pocos generales mexicanos, fueran federales o revolucionarios, que era a la vez un intelectual en el más amplio sentido del término[;] fue uno de los pocos ideólogos que produjo la Revolución’.
En su intervención en el libro que comentamos, ‘Felipe Ángeles y la Decena Trágica’, Katz presenta cuatro direcciones en las que se han dirigido las discusiones y controversias entre historiadores y especialistas, a saber:
a) La actitud de Ángeles durante la Decena Trágica. ¿Qué tan leal fue a Madero?
b) ¿Cómo fue que Felipe Ángeles haya podido unirse a un hombre como Villa, considerado por muchos un bandolero?
c) Cuál fue la verdadera responsabilidad de Ángeles en la ruptura entre Villa y Carranza que hubo de detonar a su vez el enfrentamiento de facciones entre, por un lado, Villa y Zapata, y Carranza por el otro.
d) La verdadera fidelidad patriótica de Ángeles que, para algunos, puede ser tenida como contradictoria ante una supuesta inclinación pro-estadounidense.
En todo caso, queremos nosotros destacar la singularidad de Felipe Ángeles en tanto que, como militar, tuvo que verse involucrado en enfrentamientos de un lado y de otro, según iban cambiando las posiciones y correlaciones de fuerzas entre las facciones antagónicas: en su momento, tuvo que comandar a las fuerzas federales maderistas que en Morelos combatieron a las fuerzas zapatistas, que por su parte se habían levantado contra Madero bajo las consignas del Plan de Ayala; después, tras el golpe del 1913, Ángeles habría de convertirse en aliado estratégico de Villa y las fuerzas revolucionarias levantadas contra Huerta.
Se trata de un ejemplo luminoso por contradictorio, dialéctico en definitiva, como todo proceso revolucionario no puede dejar de ser: ‘vine del pueblo y era yo exclusivamente un soldado. La ignominia de febrero de 1913 me hizo un ciudadano y me arrojó a la Revolución en calidad de devoto de nuestras instituciones democráticas. Ahora de nuevo, por constitucionalista y demócrata, vuelvo a la lucha armada contra el caudillo que se opuso a Huerta, en nombre de la Constitución de 1857, y que impúdicamente la abrogó al triunfo…’, diría después en su Manifiesto al pueblo mexicano en 1919.
«¿Qué podía salir del estudio de este personaje solitario que no hubiera sido ya analizado y dicho sobre el curso y los significados de la Revolución mexicana? Tal vez mucho de lo que todavía queda por decir: cierto aire del tiempo, cierta visión sobre los militares mexicanos de entonces y también ciertas fantasías de los hombres y mujeres arrastrados por la Revolución, que hoy sabemos que son tales, pero que quienes las llevaban en su imaginación entonces no sabían que lo eran» (Gilly, pág. 11.)

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