Isabel y Fernando, no por azar llamados Reyes Católicos, de comun acuerdo con el no menos católico rey de Portugal, decidieron recurrir al veredicto papal. La tradición teocrática de los pontífices romanos imponía la aceptación de su arbitraje en el mundo cristiano en estos asuntos territoriales.
Le correspondió pues al valenciano Rodrigo Borgia, a la sazón titular de la sede de San Pedro como Alejandro VI, proceder al reparto de las tierras y los océanos del Nuevo Mundo entre las dos potencias que optaban a la colonización y dominio de las tierras y mares por descubrir. En las cuatro bulas Alejandrinas de mayo a septiembre de 1493, se fijó el meridiano divisorio de las zonas de influencia española y portuguesa a 100 leguas al oeste de las Azores y Cabo Verde, siendo la zona occidental la correspondiente a Castilla y Aragón y la oriental a Portugal.
Las prerrogativas derivadas de dichas, muy favorables a los Reyes Católicos, no satisficieron a Juan II de Portugal, quien, en la práctica, quedaba excluido de las empresas americanas. Las circunstancias internas y externas del momento político aconsejaron a los Reyes Católicos pactar con el lusitano unas nuevas condiciones de transigencia hacia él. El resultado de las negociaciones se concretó con el Tratado de Tordesillas, firmado el 7 de junio de 1494 por los delegados de ambas monarquías.
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