En 1806 el Bloqueo Continental (también conocido como Sistema
Continental) fue la base principal de la política exterior del
Emperador Napoleón I de Francia en su lucha contra el Reino Unido de
Gran Bretaña e Irlanda.
Se trataba de un embargo comercial que prohibía el comercio de productos británicos en el continente europeo. En noviembre de 1806, tras los éxitos militares de Austerlitz y Jena, todo el continente se hallaba bajo el dominio directo de Francia, o con países que por temor se abstenían cuidadosamente de ir contra los intereses franceses, situación visible desde la Península Ibérica hasta Prusia, y fue éste el momento escogido por Napoleón para promulgar el Decreto de Berlín, prohibiendo a sus aliados y a los países conquistados cualquier tipo de relación comercial con Gran Bretaña.
El contrabando floreció así en muchos países de Europa, como opción final para mantener el comercio con los británicos y permitir la subsistencia de los comerciantes y productores europeos, en tanto el Imperio Francés solamente privilegiaba las industrias del resto de Europa en la medida que sirvieran al esfuerzo de guerra napoleónico.
El bloque continental causó también que la materia prima producida fuera de Europa no alcanzara a los territorios bajo control francés, en tanto Gran Bretaña dominaba las rutas comerciales de estos productos y no se permitía por ello su introducción en los mercados europeos.
Ante ello Francia adoptó una serie de medidas de sustitución, reemplazando al café por la achicoria, o estimulando la producción de algodón en el sur de Francia y de Italia, pero tales alternativas resultaban manifiestamente insuficientes o de escasa utilidad. No obstante, esta situación sí trajo un importante avance tecnológico al inicarse en Alemania la extracción de azúcar de la remolacha, para paliar la falta de azúcar de caña.
En resumen, el Bloqueo Continental causó más daños colaterales en el Imperio Francés que en Gran Bretaña. Rusia sufrió particularmente con este embargo que le privaba de sus socios comerciales principales en el Báltico y el Mar del Norte, y en 1812 el zar Alejandro I decidió abrir de nuevo el comercio ruso con Gran Bretaña, motivo usado por Napoleón para movilizar a la Grande Armée e invadir Rusia con una fuerza de más de medio millón de hombres, empeño que fracasó completamente y que causó la ruina final del Imperio Francés.
Se trataba de un embargo comercial que prohibía el comercio de productos británicos en el continente europeo. En noviembre de 1806, tras los éxitos militares de Austerlitz y Jena, todo el continente se hallaba bajo el dominio directo de Francia, o con países que por temor se abstenían cuidadosamente de ir contra los intereses franceses, situación visible desde la Península Ibérica hasta Prusia, y fue éste el momento escogido por Napoleón para promulgar el Decreto de Berlín, prohibiendo a sus aliados y a los países conquistados cualquier tipo de relación comercial con Gran Bretaña.
El contrabando floreció así en muchos países de Europa, como opción final para mantener el comercio con los británicos y permitir la subsistencia de los comerciantes y productores europeos, en tanto el Imperio Francés solamente privilegiaba las industrias del resto de Europa en la medida que sirvieran al esfuerzo de guerra napoleónico.
El bloque continental causó también que la materia prima producida fuera de Europa no alcanzara a los territorios bajo control francés, en tanto Gran Bretaña dominaba las rutas comerciales de estos productos y no se permitía por ello su introducción en los mercados europeos.
Ante ello Francia adoptó una serie de medidas de sustitución, reemplazando al café por la achicoria, o estimulando la producción de algodón en el sur de Francia y de Italia, pero tales alternativas resultaban manifiestamente insuficientes o de escasa utilidad. No obstante, esta situación sí trajo un importante avance tecnológico al inicarse en Alemania la extracción de azúcar de la remolacha, para paliar la falta de azúcar de caña.
En resumen, el Bloqueo Continental causó más daños colaterales en el Imperio Francés que en Gran Bretaña. Rusia sufrió particularmente con este embargo que le privaba de sus socios comerciales principales en el Báltico y el Mar del Norte, y en 1812 el zar Alejandro I decidió abrir de nuevo el comercio ruso con Gran Bretaña, motivo usado por Napoleón para movilizar a la Grande Armée e invadir Rusia con una fuerza de más de medio millón de hombres, empeño que fracasó completamente y que causó la ruina final del Imperio Francés.
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