Comandante no te has ido, estás entre nosotros”, es una de las miles de 
frases que hoy 5 de diciembre, a nueve meses de la partida física del 
padre de la Revolución Bolivariana, Hugo Chávez, inundan las redes 
sociales como expresión del amor sembrando en cada uno de los ciudadanos
 de la patria venezolana.
 Bolívar sembró pueblos y libertades, Chávez sembró conciencia y utopías.
 
Su constante fue la condición humana. la identidad con todo lo que implica ser humano auténtico, 
consustanciado con la realidad imperante en Venezuela y el mundo. Es 
precisamente esa condición, aunada a un proceso sistemático de 
reflexión, preparación y compromiso la que lo lanza a confundirse con 
los pobres y desasistidos, con los excluidos, los invisibles a la 
fuerza.
Jamás le perdonaron que se abrazara a ellos. Hasta sus últimos 
segundos de vida y aun hoy, no se lo perdonan. No le perdonan que haya 
cerrado la llave de los privilegios económicos para que los beneficios 
de la revolución llegaran al pueblo humilde.
Chávez se hundió en Cristo, Bolívar, Simón Rodríguez. Martí, Zamora; se hizo Prometeo e inventó una equidad terrena.
Fue fiel a sus principios, aún a costa de la crítica de sus detractores 
endógenos y exógenos, no se avergonzó jamás de sus relaciones políticas,
 de su ideología y menos aún de sus convicciones religiosas. Mucho palo 
llevó por declararse socialista y cristiano 
¿Qué fuerza tuvo Chávez para convencernos de acompañarlo a cruzar el 
desierto? La fuerza de la palabra, del ejemplo, de ponerse siempre 
adelante. Es que una palabra precisa, exacta, que penetre el alma, la 
conciencia, germina en un árbol robusto, poderoso, que fructifica; 
estalla en pueblo indómito y realengo, estalla libertaria.
La palabra que se siembra en la conciencia no cae en suelo estéril, 
Chávez, fecundo, sembró a cada instante. Fue el gran sembrador de 
utopías y esperanzas para los pueblos.
Sembrador es quien esparce no sólo semillas en el surco; sembrador es el
 hombre que siembra ideas, palabras, principios, genera inquietudes, 
despierta el intelecto dormido como germina la semilla. Abre horizontes.
 Despeja de malas hierbas los surcos de la razón, y los fertiliza con la
 discusión, la comprobación, el análisis y la crítica. 


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